Amanecía y el mundo se desperezaba ante sus ojos insomnes. A su lado, Enrique dormía profundamente, ajeno a su desazón, apestando a güisqui barato y tabaco, roncando entrecortadamente.Sacó los pies pesadamente de debajo de las sábanas, sentándose en el borde de la cama y, durante unos segundos, dudó si levantarse, rascándose la piel del vientre y brazos. Bostezó y se pasó la palma de la mano por la cara, intentando sacudirse el cansancio de encima.Otro día más, otra noche más sin dormir. Y el trabajo esperándola en menos de una hora.Miró a su marido de soslayo, casi para cerciorarse de que el bulto que había a su lado era algo más que ropa ajada y carne mal oliente. Esa noche había llegado tan borracho que ni la había tocado. Se metió en la cama completamente vestido, con las botas del trabajo...