sábado, 11 de abril de 2009

Restos


A mi lado tu cuerpo no es tuyo.
Me lo has dado, te lo pedí,
lo he usado, ¿qué otra cosa?
Aquí lo dejo, no es tuyo,
basura y restos de basura lo forman.

No quieras que ocupe nada,
otros te lo quitaron antes ensuciando tu espalda.
¿Ayuda?
Tu suerte está echada.

Burla es tu llanto,
risa tu desgracia;
no me pidas lástima de noche
pues la pena de mañana
asco será de la tierra
sobre ti lanzada.

Texto: J Ramallo

Restos


A mi lado tu cuerpo no es tuyo.
Me lo has dado, te lo pedí,
lo he usado, ¿qué otra cosa?
Aquí lo dejo, no es tuyo,
basura y restos de basura lo forman.

No quieras que ocupe nada,
otros te lo quitaron antes ensuciando tu espalda.
¿Ayuda?
Tu suerte está echada.

Burla es tu llanto,
risa tu desgracia;
no me pidas lástima de noche
pues la pena de mañana
asco será de la tierra
sobre ti lanzada.

Texto: J Ramallo

ELLA

Lo que él quiere oír ellas saben como decirlo, y cruza a zancadas las calles nocturnas que lo llevan hasta ellas, a su paraíso. Allí no escatima los billetes que mete entre los senos de las más bellas; la guitarra de seda se abre, sus cuerdas laten. De vuelta a su casa, ya exhausto, no está para que le hagan preguntas indiscretas. Los calcetines zurcidos cubren sus pies cuando por la mañana se viste para ir al trabajo. Y ella, lo mira de soslayo con esa agria belleza de las almas derrotadas. Entonces cierra  la puerta despacio para irse y deja atrás la penumbra del pasillo y a ella, sentada en la cocina dando la espalda, en un silencio atroz. Y la calle bulliciosa lo recibe, está  llena de coches y de gente con paso ligero. Su secretaria debe estar corriendo la persiana del despacho, y los empresarios ansiosos esperandolo para solicitar su servicio. Él llega, y con reverencia, gesticula el asentimiento a todos ellos rascando su calva para aliviar la mala conciencia. Sólo  en su risa, que muestra con dientes de conejo, parece asomarse el yugo de los deseos oscuros.
Texto: Dácil Martín

ELLA

Ellas saben lo que quiere oír: Él cruza a zancadas la calle que lo lleva al Paraíso, allí no escatima los billetes que mete entre los senos de las más bellas; la guitarra de seda se abre, sus cuerdas laten. De vuelta a su casa está exhausto para las preguntas indiscretas: Los calcetines zurcidos visten sus pies cuando temprano, en la mañana, parte al trabajo; Ella lo mira con esa agria belleza de las almas derrotadas; Él cierra despacio la puerta: atrás queda la penumbra del pasillo; la espalda de ella sentada en la cocina y su silencio atroz… Las calles bulliciosas lo reciben, la secretaria corre la persiana de su despacho, los empresarios solicitan sus servicios. Y él, con una reverencia, gesticula el asentimiento a todos ellos rascando su calva para aliviar la mala conciencia. Sólo en su risa, que muestra con dientes de conejo, se asoma el yugo de los más oscuros deseos.
Texto: Dácil Martín

viernes, 10 de abril de 2009

Me voy a pie


¿Habrá alguien que me recuerde con amor?
El futuro será oscuro, lo sé, puedo palparlo, se empeña en nublarme la vista con las lágrimas que he de llorar. ¿Es miedo o la realidad que persiste en revelárseme tan cruda como siempre la percibí? Esa realidad que sopesé, evalué y porté como una carga necesaria.

Pero el análisis, tarde o temprano, te lleva a la comprensión, a la verdad desnuda y fea. Tan fea y desnuda como sé que soy en realidad, una cáscara vacía, una imagen que mantener, la necesidad de retener a toda costa el status y los gestos de cariño, aunque sean tan vacuos como mi vida.

Seré la madre infame que abandonó a sus hijas, la mujer infiel que engañó a su marido, la escritora que lo tiró todo por la borda para alejarse de los animales parlantes que le han dado de comer, la persona sana que trocó equilibrio por alcohol.
Los perros ladran a mi paso y me empujan a alejarme más y más de este mundo del que reniego.
Me voy con lo puesto, ni una foto, ni un recuerdo que se interponga en mi camino.
Tal vez mañana llore y aúlle a la luna, tal vez las viejas estructuras se demoren un poco más en mi cabeza y me exijan cordura, tal vez no haya un mañana para mí. Pero hoy el mundo se abre ante mis pies descalzos.
Texto: Ana Joyanes

Me voy a pie


¿Habrá alguien que me recuerde con amor?
El futuro será oscuro, lo sé, puedo palparlo, se empeña en nublarme la vista con las lágrimas que he de llorar. ¿Es miedo o la realidad que persiste en revelárseme tan cruda como siempre la percibí? Esa realidad que sopesé, evalué y porté como una carga necesaria.

Pero el análisis, tarde o temprano, te lleva a la comprensión, a la verdad desnuda y fea. Tan fea y desnuda como sé que soy en realidad, una cáscara vacía, una imagen que mantener, la necesidad de retener a toda costa el status y los gestos de cariño, aunque sean tan vacuos como mi vida.

Seré la madre infame que abandonó a sus hijas, la mujer infiel que engañó a su marido, la escritora que lo tiró todo por la borda para alejarse de los animales parlantes que le han dado de comer, la persona sana que trocó equilibrio por alcohol.
Los perros ladran a mi paso y me empujan a alejarme más y más de este mundo del que reniego.
Me voy con lo puesto, ni una foto, ni un recuerdo que se interponga en mi camino.
Tal vez mañana llore y aúlle a la luna, tal vez las viejas estructuras se demoren un poco más en mi cabeza y me exijan cordura, tal vez no haya un mañana para mí. Pero hoy el mundo se abre ante mis pies descalzos.
Texto: Ana Joyanes

miércoles, 8 de abril de 2009

La muerte del ángel caido


Me perdí al desierto, no se me ocurrió otro lugar más inhóspito, lejano y remoto para que nadie me jodiera. No me detuve ni siquiera en pensar en llevar una gorra o una botella de agua. La sed, ni el sol me iba a producir más daño del que me estaba produciendo los caníbales del silencio. Manada de incultos ruidosos. Desperdicios orgánicos. Buscaba silencio y lo rebusqué en iglesias y capillas de pueblos y hasta ellas llegaban los lugareños a joderte y turistas con niños insoportables y cámaras digitales para inmortalizar la estampa de la ermita que encontraban y a mí me amortajaban estampando su ruido contaminante en mi cerebro. Me encaramaba a los miradores de montaña y hasta allí llegaba el desfile de cuerpos ruidosos que no fueron educados en el arte del sigilo y no respetaban mi derecho al mutismo preguntándome jilipoyadas. Corrí a esconderme en el cementerio y escuché llantos y palabras de despedida. Me retiré al “quinto coño” y llegaron con el picnic y la música. Grité y mi grito se mezcló con el jolgorio, había tanto ruido que mi petición de auxilio se confundió con la felicidad del ruido, con los fuegos artificiales, con las verbenas, con las pachangas, con la efusión y el canto falso de los “cumpleaños feliz”. Con los aplausos, Viva, viva, viva, oeee, oeee, oeee, gol, goooool, pum, puuuuuuum, brooooom, brommmmmmm las motos y los llantos de los tiernos bebes. Si fueran tan tiernos se derretirían, pero son ellos los que taladran mi paciencia, con su llanto persistente y perforador. El progreso, las obras de mejora y yo desmejorándome a cuenta gotas. Y cuando llegué al desierto me miró una culebra y movió su cascabel y acabé arrancándole la cabeza de una mordida y mientras la trituraba en mi boca escuchaba el acto del masticado y me empecé a poner histérico y en medio de aquel silencio idílico escuché mi respiración alterada y mi corazón latiendo con más fuerza e intensidad y ello me ponía más sobresaltado y me subía la tensión y el bombeo de la sangre y ese ruido interior lo escuchaba con más intensidad. Un sonido sordo, como cuando metes un reloj antiguo de cuerda dentro de un trapo. Y ello me hizo estallar y reventé y escuché boooom y todo era ruido y llegué al cielo. Me habían contado que esto era el paraíso. ¡Falso!, pronto voy a matar a los ángeles con su insufrible música celestial de arpas.

Texto: Francisco Concepción Alvarez

La muerte del ángel caido


Me perdí al desierto, no se me ocurrió otro lugar más inhóspito, lejano y remoto para que nadie me jodiera. No me detuve ni siquiera en pensar en llevar una gorra o una botella de agua. La sed, ni el sol me iba a producir más daño del que me estaba produciendo los caníbales del silencio. Manada de incultos ruidosos. Desperdicios orgánicos. Buscaba silencio y lo rebusqué en iglesias y capillas de pueblos y hasta ellas llegaban los lugareños a joderte y turistas con niños insoportables y cámaras digitales para inmortalizar la estampa de la ermita que encontraban y a mí me amortajaban estampando su ruido contaminante en mi cerebro. Me encaramaba a los miradores de montaña y hasta allí llegaba el desfile de cuerpos ruidosos que no fueron educados en el arte del sigilo y no respetaban mi derecho al mutismo preguntándome jilipoyadas. Corrí a esconderme en el cementerio y escuché llantos y palabras de despedida. Me retiré al “quinto coño” y llegaron con el picnic y la música. Grité y mi grito se mezcló con el jolgorio, había tanto ruido que mi petición de auxilio se confundió con la felicidad del ruido, con los fuegos artificiales, con las verbenas, con las pachangas, con la efusión y el canto falso de los “cumpleaños feliz”. Con los aplausos, Viva, viva, viva, oeee, oeee, oeee, gol, goooool, pum, puuuuuuum, brooooom, brommmmmmm las motos y los llantos de los tiernos bebes. Si fueran tan tiernos se derretirían, pero son ellos los que taladran mi paciencia, con su llanto persistente y perforador. El progreso, las obras de mejora y yo desmejorándome a cuenta gotas. Y cuando llegué al desierto me miró una culebra y movió su cascabel y acabé arrancándole la cabeza de una mordida y mientras la trituraba en mi boca escuchaba el acto del masticado y me empecé a poner histérico y en medio de aquel silencio idílico escuché mi respiración alterada y mi corazón latiendo con más fuerza e intensidad y ello me ponía más sobresaltado y me subía la tensión y el bombeo de la sangre y ese ruido interior lo escuchaba con más intensidad. Un sonido sordo, como cuando metes un reloj antiguo de cuerda dentro de un trapo. Y ello me hizo estallar y reventé y escuché boooom y todo era ruido y llegué al cielo. Me habían contado que esto era el paraíso. ¡Falso!, pronto voy a matar a los ángeles con su insufrible música celestial de arpas.

Texto: Francisco Concepción Alvarez

martes, 7 de abril de 2009

Reunión componentes de La Esfera Cultural



El equipo de La Esfera Cultural (amiguetes ante todo) se reunió finalizada la realización del programa de este martes, víspera de Semana Santa, a tomar unas cañas y unas pizzas sin cebolla, esto hay que apuntarlo pues resulta sumamente “importante”. El programa navegó por los mares de la improvisación y en una línea excesivamente distendida, lo que conllevó a un naufragio que continuó en el bar de la esquina. En un principio se pretendía realizar un programa monográfico sobre “La Semana Santa en la Cultura” o algo similar, pero el resultado distó mucho del objetivo inicial. Ya en el bar, Francisco Concepción al que no le gusta aparecer nunca en las fotos, probaba publicar contenidos en este blog desde su teléfono móvil en tiempo real. Este es el resultado. Un adelanto de los tiempos actuales. Nos visitó nuestro amigo J. Ramallo, que nos refrescó con sus críticas sangrientas. Como siempre entre cañas la euforia se desató y se dispersaron (tiraron) semillas para la realización de proyectos relacionados con la literatura (concretamente con el arte de escribir) y la edición. Las semillas en alguna ocasión crecen de forma autónoma por los favores de la naturaleza, pero para que maduren y den fruto necesitan agua, abono, la mano del jardinero, cariño y tiempo. El tiempo dirá. Atentos navegantes de estos mares poco transitados, que igual nos cae una manzana en la cabeza o mejor una sandía que refresca más.


Reunión componentes de La Esfera Cultural



El equipo de La Esfera Cultural (amiguetes ante todo) se reunió finalizada la realización del programa de este martes, víspera de Semana Santa, a tomar unas cañas y unas pizzas sin cebolla, esto hay que apuntarlo pues resulta sumamente “importante”. El programa navegó por los mares de la improvisación y en una línea excesivamente distendida, lo que conllevó a un naufragio que continuó en el bar de la esquina. En un principio se pretendía realizar un programa monográfico sobre “La Semana Santa en la Cultura” o algo similar, pero el resultado distó mucho del objetivo inicial. Ya en el bar, Francisco Concepción al que no le gusta aparecer nunca en las fotos, probaba publicar contenidos en este blog desde su teléfono móvil en tiempo real. Este es el resultado. Un adelanto de los tiempos actuales. Nos visitó nuestro amigo J. Ramallo, que nos refrescó con sus críticas sangrientas. Como siempre entre cañas la euforia se desató y se dispersaron (tiraron) semillas para la realización de proyectos relacionados con la literatura (concretamente con el arte de escribir) y la edición. Las semillas en alguna ocasión crecen de forma autónoma por los favores de la naturaleza, pero para que maduren y den fruto necesitan agua, abono, la mano del jardinero, cariño y tiempo. El tiempo dirá. Atentos navegantes de estos mares poco transitados, que igual nos cae una manzana en la cabeza o mejor una sandía que refresca más.


 
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