sábado, 25 de julio de 2009

Fue solo con mi Consentimiento



Me intentaban tumbar hacía mucho tiempo, aunque superaba las estocadas y sanaban fortaleciéndome. Persistían en su empeño por derribarme y yo persistía en disimular las heridas, convirtiéndolas en parte de mi ser, en mi decoración. No cesaban en el intento y externamente ni me movía, disimulaba y aparentaba que me llenaba de más fuerza, pero interiormente me deshacía.



Por probar, bajé la guardia, mi alerta… y con mi consentimiento se ensañaron y me destruyeron. Apenas duró. Insisto que con mi consentimiento. Y se dieron la vuelta y miraron satisfechos, les había costado mucho, en esta ocasión no entendieron el porqué resultó tan sencillo. Sonrieron. Pero no se percataron que quedé sujeto a un intangible hilo de seda y allí permanecí agarrado durante días. Llorando y lamiéndome el alma… pensando que igual tenía que haber caminado arrastrándome, sin brillo, sin altanería, que era lo que pretendían. Tras unos días me levanté, sin que se dieran cuenta, a lo “zorro” y por lugares inhóspitos caminé sin fuerzas, pero con altanería y me lo creí otra vez. Pero volví a caer sin que nadie me empujara, en intenso silencio, sin que nadie se fijara en mí, como una marioneta sin hilos, como un títere sin una mano dentro. Como una verdadera mierda busqué donde apoyarme, donde agarrarme al latido y otra vez me levanté, aunque esta vez sin altanería. Mejor dicho, me puse en pié, a expensas que una mínima brisa me vuelva a poner en el lugar que todos creen que estoy y desean que permanezca. Y aquí me encuentro… sin aprender la lección, sin saber si resistiré la brisa de este invierno, que me dicen se presenta muy fría. Todo gracias a que lo consentí, que no crean que triunfaron por sí solos.



Texto: Francisco Concepción Alvarez

viernes, 24 de julio de 2009

Lovecraftiana


Una nueva ilustración.
Laurielle nos zambulle en el universo de H.P.Lovecraft
Sólo para vuestros ojos.


Lo siento respirar a mi espalda. Aliento viscoso sobre mi nuca, rugido de sima marina en mis oídos. Siento su llamada antigua.
Es sólo mi imaginación.
No la he mirado, no la miraré.
Suena la música. Los cristales emplomados de la vidriera vibran con los acordes del bajo, la batería se refleja en ecos que me traspasan y me ofrecen la infinita belleza del mundo que se refleja en sus espejos.
Pero sólo es mi imaginación. Si me giro, el Profundo me mirará a los ojos y en sus cuencas contemplaré el esplendor siniestro de R'lyeh y Cthulhu abarcará el mundo con sus tentáculos informes.
No debo mirar.
No voy a mirar.


Ilustración: Alicia Güemes (Laurielle)
Texto: inspirado en “Los profundos”, de H.P.Lovecraft: Jaime Maestro
Música de fondo: The call of Ktulu, Ride the lightning, Metallica
¿Quieres más?
http://es.wikipedia.org/wiki/Howard_Phillips_Lovecraft
http://www.nenos.com/miedo/autores.htm
http://www.hplovecraft.com/

jueves, 23 de julio de 2009

Tala Masiva


La niña del árbol apareció un buen día en el bosque del pueblo.
Nadie sabe como fue ni porqué pero a mi dejó de gustarme el bosque.
El día que superé mi miedo y volví para hablar con ella, ya no estaba.
La habían talado.





miércoles, 22 de julio de 2009

Balance de muertos





Los muertos de ayer
son distintos,
ayer 120,
mañana 200,
la guerra es la normalidad,
pasado mañana 350;
son distintos los muertos,
ayer 120,hoy 50,
mañana 200.

Texto: Jesús Suárez González

domingo, 19 de julio de 2009

El día X



No se cuanto tiempo ha pasado desde que la vi aquí sentada por primera vez… quizás días, semanas o meses. A mi edad, es normal que la memoria se entretenga vagabundeando dentro de los planetas de la senilidad. Pero aún así, prometo no olvidar jamás el olor del perfume que viste su carne, su moño gris peinado en forma de espiral, los ovalados cristales negros…, bajo los que guarda celosamente sus dos esmeraldas empañadas.
Aquí, en mi otra casa, coexisten en un solo día dos visiones del mundo muy distintas. Una, en la que habitan la mayoría: los que se apean, los que suben, los que hablan sin descanso, los que ríen, los que leen, los que hacen que leen. La otra, en la que habita ella: lo ajeno, lo quieto, la cara oculta de la luna.
Yo, Victoriano Rivera Maldonado, me quedé viudo hace veinte años. Estuve felizmente casado con una mujer excepcional, Susana. No tuvimos hijos, nuestro amor no los necesitaba. Fuimos muy felices teniéndonos el uno al otro, en total exclusividad. Y no falto a la verdad confesando que desde que murió mi compañera, no volví a mirar a ninguna otra mujer con los mismos ojos…, ni siquiera con las mismas ganas. Salvo hasta que llegó “ella” (no sé como se llama pero siempre me ha parecido que Sara es el nombre más apropiado para una diosa). Hoy he dejado en casa, por primera vez, mi corbata y mis calcetines negros.
Cada día la observo desde lejos, a un par de filas de distancia. Y sin descanso la sigo a escondidas con la mirada… Y siempre me quedo con la misma impresión: Es una mujer feliz. La mire desde el ángulo que la mire, su serenidad y su sonrisa parecen no dormir nunca.
Muy a pesar mío, tengo que decir que ni siquiera se ha dado cuenta de que yo, Victoriano Rivera Maldonado, hago a diario este trayecto sólo y exclusivamente por verla, por estar cerca de ella.
Llevamos más de una hora y media de trayecto y mi musa parece no tener intención de ir a ninguna parte. Como cada mañana, la encuentro sentada en la misma fila, en el mismo asiento, con sus gafas negrísimas clavadas, afuera, en lo que las calles deparan. Entonces percibo que mi diosa guarda algún misterio escondido…, ¿o es tan sólo fruto de mi imaginación?
Y una cosa me lleva a la otra…, y como soñar es fácil y gratis, me la imagino desnuda, frágil al mismo tiempo que titánica. Y me pregunto, “qué sabor dejaran sus besos sobre mi boca”, “qué tacto tendrá la piel de sus pechos marchitos”.
Me armo de valor. Siempre en todo hay un día x. Y hoy es ese día. Voy a salir a escena. No tengo toda la vida. Ella tiene que saber que yo, Victoriano Rivera Maldonado, existo…, y existo, hoy, por ella.
Y acto seguido me siento al lado de mi musa. Entonces, mi corazón parece precipitarse al vacío y corre, y corre, y vuela…
Poco después Sara, da señales de vida…, colocando las yemas de sus dedos sobre mis manos para recorrer, una a una, las profundas imperfecciones que el paso de los años se ha empeñado en esculpir con el cincel del tiempo. No hay palabras, no se oye nada. A esta hora, ella, el conductor de la guagua amarilla de 43 plazas y yo, somos los únicos intrusos, los únicos viajeros. Luego, una gigantesca sonrisa brota de la comisura de sus labios. Mi musa también suspira. Mientras su otra mano busca a tientas un estrecho y ligero bastón de titanio.
Le respondo. Doy un gran salto. Con un beso en sus mejillas color canela le regalo mis perlas de amor.

Texto: Sandra Franco Álvarez
agathagrancanaria@gmail

Lágrimas mágicas




Después de la estupenda ilustración A la deriva, de Nacho Gómez Sierra, y el no menos estupendo comentario de Anabel, la Cuentista, imaginaba que habría más entradas con ilustraciones y textos (haberlos, haylos, y muy buenos).
Al comprobar que el verano nos tiene un tanto en ralentí, me he decidido a publicar esta ilustración de Alejandro García Sanz, tan llena de fuerza y orignalidad. Su uso de las líneas y el color imprimen tal movimiento y expresividad que me parece un desperdicio que sólo unos pocos privilegiados la conozcamos.
Así que, aunque sea arrimar un poco el ascua a mi sardina, aquí tenéis. Espero que la disfrutéis.

Con un solo movimiento se situó sobre Stella, cubriéndola con su sombra amenazadora. Se posó a su lado, las alas entreabiertas, envolviendo su frágil figura. Ella redobló su llanto, surcando sus mejillas largos regueros de lágrimas, sus estrechos hombros sacudiéndose.
Rodontt abrió las enormes fauces, generando tanto calor que, al sentirlo, Stella viró la cara hacia él.
Amorosamente, Rodontt agachó la testuz y con la punta de la lengua lamió la herida con delicadeza.
La niña cesó de inmediato de llorar, entre pequeños hipidos. Las lágrimas que rodaban por su cara comenzaron a solidificarse al contacto con el tibio aliento del dragón, transformándose en pequeñas gemas multicolores que caían desde los ojos hasta su cuerpo para desparramarse por la tierra de alrededor.


Ilustración de Alejandro García Sanz
Texto extraído de Lágrimas mágicas, de Ana Joyanes

 
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