
Todo se volvió negro. Y todos exclamaron: “Se fue la luz”. Fue la respuesta reacción de los presentes, para algo tan evidente y que no presentaba duda, una avería eléctrica. Pero somos así de simples y estúpidos. A tientas buscamos una vela y una vez encendida floreció otra atmósfera. No voy a describirla como romántica, pero me gustaba. Los presentes nos apiñamos en busca de una posición confortable en los sofás y nos juntamos, nos queríamos cerca, lo que nunca. Comenzó el reinado de la vela, su adoración visual. Lo hipnótico de su llama, la contemplación de su consumo lento. Se edificó el diálogo, compartimos trivialidades y me levanté a preparar un chocolate con una cocinilla de butano, llegando a la conclusión de la dependencia que tenemos...