Una luz amarilla y pesada cubría con un manto de hastío y desolación todo el salón. El aire cargado de humo apenas dejaba ver y olía a alcohol barato y rancio. Sobre el sofá marrón y raído se distinguía, sutilmente y empeñado en negar su existencia, un cuerpo camuflado entre los muebles viejos y polvorientos. Su mirada fija en ningún lado, fría y ausente, parecía haberle abandonado para vagar involuntariamente por caminos oscuros y desconocidos. Solo el compás implacable del tiempo que asestaba sus golpes impetuosos e imperturbables estremecía la habitación e imponía realidad.Las primeras luces del día lo sobresaltaron, el sabor amargo le quemaba la boca y sus ojos se negaban a abrirse al tedio de un nuevo día. Como un autómata se dirigió hacia el baño donde el agua fría empezó a correr por...