miércoles, 25 de marzo de 2009

EL ZAPATERO de un solo ZAPATO


Al zapatero de mi barrio le faltaba una pierna. A mi barrio también le faltaban muchas otras cosas. La zapatería estaba inundada de zapatos rotos y zapatos arreglados, también de fotos de mujeres desnudas que nunca permitieron ver el color de las paredes. Las tetas que aparecían en aquellas fotos eran grandes y aumentadas por el abombamiento que tenían las paredes consecuencia de la humedad. Era una zapatería muy pequeña, sin mostrador. El zapatero cojo siempre estaba sentado en la puerta de su desordenado negocio en su banqueta verde, con zapatos rotos en la mano intentando que renacieran. Mi barrio era grande, pero mi infancia transcurría en un entorno pequeño, alrededor de la zapatería, que olía a cuero, cola, pegamento, a patas sudadas y humedad. Mi barrio también era humilde y desordenado como la zapatería que al entrar te impactaba el derrame de colores sucios de los cientos de zapatos que habían tirados por el suelo. El zapatero llevaba en el barrio toda la vida, dicen que había llegado hacía mucho tiempo, yo no había nacido. Mi barrio había surgido hacía muchas décadas. Me contaba mi padre anécdotas de cuando las calles no estaban asfaltadas y de cuando el rico del barrio se compró el primer coche. Luego los coches aparcaban hasta en la acera. Nadie sabía como había perdido el zapatero su pierna y era extraño en un barrio donde todo el mundo lo sabía todo. Al zapatero no le faltaba un trozo pequeño de pierna, le faltaba la pierna entera, desde la ingle. A mi barrio también le faltaban muchas cosas, aunque también tenía como todos los barrios una iglesia, varios bares, un puticlub y hasta un relojero. El zapatero pasaba todo el día sentando en su banqueta trabajando en la puerta de la zapatería tratando de revivir los zapatos de los clientes. Mientras trabajaba, a su entorno se reunía una camarilla de jubilados, que charlaban casi siempre de palomas. En las azoteas del barrio había muchos palomares. Los palomeros disfrutaban limpiando la mierda de sus palomas y mataban el tiempo viendo como volaban. Cuando el zapatero caminaba lo hacía con gran soltura, con una muleta larga de madera que apoyaba bajo el sobaco. La muleta tenía muchos complementos de cuero y rellenos de material de la zapatería que le había adaptado para amortiguar su peso. Mi barrio salía adelante, vivía gente trabajadora, buena gente en su mayoría. Cuando crecí me marché. Los tiempos han cambiado, la gente no arregla zapatos, los tira y compra nuevos. Ya no existen relojes de cuerda, sino digitales. La relojería está cerrada, el relojero creo que perdió la vista por estar siempre con el ojo tras la lupa. La zapatería también cerró, pero el barrio ha cambiado poco. Pasaré por el puticlub, igual sigue abierto, ya soy mayor y puedo entrar. Espero que las putas hayan cambiado ó que estén las hijas de las que estaban antes. Allí solía ir el zapatero, si sigue vivo y me lo encuentro le preguntaré si la profesión lo eligió a él o el la profesión, pues resulta irónico que un zapatero solo utilice un zapato.


Texto: Francisco Concepción

EL ZAPATERO de un solo ZAPATO


Al zapatero de mi barrio le faltaba una pierna. A mi barrio también le faltaban muchas otras cosas. La zapatería estaba inundada de zapatos rotos y zapatos arreglados, también de fotos de mujeres desnudas que nunca permitieron ver el color de las paredes. Las tetas que aparecían en aquellas fotos eran grandes y aumentadas por el abombamiento que tenían las paredes consecuencia de la humedad. Era una zapatería muy pequeña, sin mostrador. El zapatero cojo siempre estaba sentado en la puerta de su desordenado negocio en su banqueta verde, con zapatos rotos en la mano intentando que renacieran. Mi barrio era grande, pero mi infancia transcurría en un entorno pequeño, alrededor de la zapatería, que olía a cuero, cola, pegamento, a patas sudadas y humedad. Mi barrio también era humilde y desordenado como la zapatería que al entrar te impactaba el derrame de colores sucios de los cientos de zapatos que habían tirados por el suelo. El zapatero llevaba en el barrio toda la vida, dicen que había llegado hacía mucho tiempo, yo no había nacido. Mi barrio había surgido hacía muchas décadas. Me contaba mi padre anécdotas de cuando las calles no estaban asfaltadas y de cuando el rico del barrio se compró el primer coche. Luego los coches aparcaban hasta en la acera. Nadie sabía como había perdido el zapatero su pierna y era extraño en un barrio donde todo el mundo lo sabía todo. Al zapatero no le faltaba un trozo pequeño de pierna, le faltaba la pierna entera, desde la ingle. A mi barrio también le faltaban muchas cosas, aunque también tenía como todos los barrios una iglesia, varios bares, un puticlub y hasta un relojero. El zapatero pasaba todo el día sentando en su banqueta trabajando en la puerta de la zapatería tratando de revivir los zapatos de los clientes. Mientras trabajaba, a su entorno se reunía una camarilla de jubilados, que charlaban casi siempre de palomas. En las azoteas del barrio había muchos palomares. Los palomeros disfrutaban limpiando la mierda de sus palomas y mataban el tiempo viendo como volaban. Cuando el zapatero caminaba lo hacía con gran soltura, con una muleta larga de madera que apoyaba bajo el sobaco. La muleta tenía muchos complementos de cuero y rellenos de material de la zapatería que le había adaptado para amortiguar su peso. Mi barrio salía adelante, vivía gente trabajadora, buena gente en su mayoría. Cuando crecí me marché. Los tiempos han cambiado, la gente no arregla zapatos, los tira y compra nuevos. Ya no existen relojes de cuerda, sino digitales. La relojería está cerrada, el relojero creo que perdió la vista por estar siempre con el ojo tras la lupa. La zapatería también cerró, pero el barrio ha cambiado poco. Pasaré por el puticlub, igual sigue abierto, ya soy mayor y puedo entrar. Espero que las putas hayan cambiado ó que estén las hijas de las que estaban antes. Allí solía ir el zapatero, si sigue vivo y me lo encuentro le preguntaré si la profesión lo eligió a él o el la profesión, pues resulta irónico que un zapatero solo utilice un zapato.


Texto: Francisco Concepción

martes, 24 de marzo de 2009

Entrevista Cecilia Domínguez Luis (Escritora)

Ha pasado por La Esfera Cultural Cecilia Domínguez Luis, poeta y escritora tinerfeña, que nace en La Orotava, el 17 de octubre de 1948. Licenciada en Filología Hispánica, fue secretaria de la revista de Arte y Literatura Fetasa y pertenece al comité de redacción de la revista Cuadernos del Ateneo, editada por el Ateneo de La Laguna. Como poeta ha publicado doce libros: Porque somos de barro (1977), Objetos (1981), Presagio de sueños en las gargantas de las palomas (1982), Un cierto sabor ácido para los días venideros (1987), Víspera de la ausencia (1989), Poemas 1981-1992(1993), Y de pronto anochece (1997), Así en la tierra (1999), Solo el mar, en colaboración con el fotógrafo Carlos Schwartz (2000), Doce lunas de Eros (2003), ilustrado por doce pintores canarios. En el año 2003 publica una antología de su obra con el título Octubre. Su último libro de poemas, Azogue, apareció el pasado año 2005. En 1994 edita su primera entreganarrativa, el libro de cuentos Futuro Imperfecto, y en el año 2002 su primera novela, El viento en contra.

Entrevista Cecilia Domínguez Luis (Escritora)

Ha pasado por La Esfera Cultural Cecilia Domínguez Luis, poeta y escritora tinerfeña, que nace en La Orotava, el 17 de octubre de 1948. Licenciada en Filología Hispánica, fue secretaria de la revista de Arte y Literatura Fetasa y pertenece al comité de redacción de la revista Cuadernos del Ateneo, editada por el Ateneo de La Laguna. Como poeta ha publicado doce libros: Porque somos de barro (1977), Objetos (1981), Presagio de sueños en las gargantas de las palomas (1982), Un cierto sabor ácido para los días venideros (1987), Víspera de la ausencia (1989), Poemas 1981-1992(1993), Y de pronto anochece (1997), Así en la tierra (1999), Solo el mar, en colaboración con el fotógrafo Carlos Schwartz (2000), Doce lunas de Eros (2003), ilustrado por doce pintores canarios. En el año 2003 publica una antología de su obra con el título Octubre. Su último libro de poemas, Azogue, apareció el pasado año 2005. En 1994 edita su primera entreganarrativa, el libro de cuentos Futuro Imperfecto, y en el año 2002 su primera novela, El viento en contra.

lunes, 23 de marzo de 2009

Arcilla

El reloj del salón sonaba con un tic-tac cansino. Hacía pocos minutos que habían dado las cinco y la ansiedad por el tiempo que se escapaba afloraba a sus labios expectantes.
Lo besaba con impaciencia, esperando atesorar la esencia de los minutos que pasaban juntos. Apenas se permitía respirar, absorta en el contacto delicioso de su boca. Lo mordisqueaba, lo lamía, le susurraba apenas inteligiblemente cuanto pasaba por su corazón.
Las cinco y diez. Se dejaba amasar como arcilla jugosa que se ofreciera al artesano, deseosa de cambiar de forma, de ser quien él quisiera que fuese con tal de perpetuar la presión de los dedos sobre su piel incendiada y húmeda. Se perdía en la profundidad que le ofrecían sus ojos y suplicaba que se detuviese el reloj y el tiempo desapareciera. Así, juntos, acoplados, entremezclados deseos, urgencias y amor, fuera del tiempo, en otro espacio, otra vida.
Y se apresuraba. Las cinco y veinte. Refrenaba el impulso por morder su cuello y marcarlo como algo de su propiedad. Hundía los dedos en su cabello espeso mientras le ofrecía, una y mil veces, los pechos jamás saciados. Adoraba el tacto suave y áspero, a la vez, de su cara contra sus senos.
Las cinco y veinticinco. No te vayas todavía, suplicaba sin palabras, besando con unción las puntas de sus dedos que estaban a punto de abandonar, una vez más, su cuerpo. Tic-tac. Uno por cada dedo, uno por cada deseo no cumplido.
Las seis menos veinte. Ojala no te hubieras vestido, ojala te quedaras aquí para siempre.
‘Hasta mañana, mi amor’.
Le sonrió, ocultando la reiterada decepción de las seis menos cuarto.
Texto: Ana Joyanes

Arcilla

El reloj del salón sonaba con un tic-tac cansino. Hacía pocos minutos que habían dado las cinco y la ansiedad por el tiempo que se escapaba afloraba a sus labios expectantes.
Lo besaba con impaciencia, esperando atesorar la esencia de los minutos que pasaban juntos. Apenas se permitía respirar, absorta en el contacto delicioso de su boca. Lo mordisqueaba, lo lamía, le susurraba apenas inteligiblemente cuanto pasaba por su corazón.
Las cinco y diez. Se dejaba amasar como arcilla jugosa que se ofreciera al artesano, deseosa de cambiar de forma, de ser quien él quisiera que fuese con tal de perpetuar la presión de los dedos sobre su piel incendiada y húmeda. Se perdía en la profundidad que le ofrecían sus ojos y suplicaba que se detuviese el reloj y el tiempo desapareciera. Así, juntos, acoplados, entremezclados deseos, urgencias y amor, fuera del tiempo, en otro espacio, otra vida.
Y se apresuraba. Las cinco y veinte. Refrenaba el impulso por morder su cuello y marcarlo como algo de su propiedad. Hundía los dedos en su cabello espeso mientras le ofrecía, una y mil veces, los pechos jamás saciados. Adoraba el tacto suave y áspero, a la vez, de su cara contra sus senos.
Las cinco y veinticinco. No te vayas todavía, suplicaba sin palabras, besando con unción las puntas de sus dedos que estaban a punto de abandonar, una vez más, su cuerpo. Tic-tac. Uno por cada dedo, uno por cada deseo no cumplido.
Las seis menos veinte. Ojala no te hubieras vestido, ojala te quedaras aquí para siempre.
‘Hasta mañana, mi amor’.
Le sonrió, ocultando la reiterada decepción de las seis menos cuarto.
Texto: Ana Joyanes

domingo, 22 de marzo de 2009

Ainhoa Arteta, un Ferrari en el Auditorio


Imaginan un Ferrari transitando en el centro de una ciudad como Santa Cruz. Solo disfrutaremos de su potencia y de su motor una vez que enfile la autopista. Ahí es donde se puede apreciar para lo que se fabricó ese coche y es el caso de Ainhoa Arteta. No me refiero a que con el Ferrari no puedas ir a buscar el pan a la panadería del barrio donde vives, incluso despertarás la envidia del vecindario, pero irás incómodo y con el motor trabajando de forma extraña. Es el caso de Ainhoa Arteta. La soprano, ahora cantante, realizó un concierto cercano e intimista en el Auditorio de Tenerife de su trabajo “La Vida”. Un álbum sin riesgo, con canciones de toda la vida. Una apuesta segura, versiones de canciones que todos hemos tatareado alguna vez, interpretadas en su maravillosa voz. El éxito estaba asegurado. Pero vayamos a su actuación en el Auditorio de Tenerife, en el que su interpretación sonó con la misma calidad que su disco. De pocos artistas podemos decir una cosa así. Pero Ainhoa era como un Ferrari en el barrio, solo pudimos comprobar su potencia cuando salió a correr en su último tema (un regalo extra) a la autopista de la lírica, en ese momento su voz derramó todos los caballos de su potencia y hasta ella misma se liberó. Era como si le hubieran quitado la carbonilla. Pienso que resulta gratificante para cualquier artista tomar la senda del éxito y caminar por los senderos populares, llenando auditorios, vendiendo miles de discos, que el público te pida autógrafos y que te reconozca por la calle, cosa complicado si solo paseas por el camino de la lírica. No podemos recriminarle que se haya tomado este trabajo como un “bolo”, se le nota su profesionalidad y que ha puesto mucha ilusión en este trabajo y en la interpretación de cada uno de los temas que compone el CD pone su alma y talento. No los canta en serie, se vislumbra que tras cada tema elegido para este trabajo tiene para ella una gran historia detrás. El del Auditorio de Tenerife fue uno de esos conciertos en los que la banda que le acompañaba estaba de más. Sobraba. Una banda cubana compuesta por cinco músicos, con un piano que llevaba el peso del acompañamiento, un batería, una caja de ritmos, un contrabajo y un trompeta. Y un apunte para los que les guste la prensa rosa, Ainhoa salió al escenario de traje largo y negro que cambió a medio concierto por otro largo de satén rojo. Unas extensiones de pelo que le incomodaban. No se encontró nada a gusto en el escenario, ni con la ropa y con su tipo, cosa que transmitió al público diciendo que era consecuencia de los bocadillos de nocilla que se comía. Solo voló cuando se quitó el micrófono de la boca y navegó en el mar de la lírica. Ainhoa Arteta es elegante, canta bien boleros y ópera, se expresa bien con su música y con sus palabras. Pero está más guapa sin las extensiones de pelo. Otro apunte es que su trabajo está producido por el rey midas de la música española, todo trabajo lo convierte en oro, o mejor dicho, en una joya, Javier Limón.


Foto pirata y crítica: Francisco Concepción

Ainhoa Arteta, un Ferrari en el Auditorio


Imaginan un Ferrari transitando en el centro de una ciudad como Santa Cruz. Solo disfrutaremos de su potencia y de su motor una vez que enfile la autopista. Ahí es donde se puede apreciar para lo que se fabricó ese coche y es el caso de Ainhoa Arteta. No me refiero a que con el Ferrari no puedas ir a buscar el pan a la panadería del barrio donde vives, incluso despertarás la envidia del vecindario, pero irás incómodo y con el motor trabajando de forma extraña. Es el caso de Ainhoa Arteta. La soprano, ahora cantante, realizó un concierto cercano e intimista en el Auditorio de Tenerife de su trabajo “La Vida”. Un álbum sin riesgo, con canciones de toda la vida. Una apuesta segura, versiones de canciones que todos hemos tatareado alguna vez, interpretadas en su maravillosa voz. El éxito estaba asegurado. Pero vayamos a su actuación en el Auditorio de Tenerife, en el que su interpretación sonó con la misma calidad que su disco. De pocos artistas podemos decir una cosa así. Pero Ainhoa era como un Ferrari en el barrio, solo pudimos comprobar su potencia cuando salió a correr en su último tema (un regalo extra) a la autopista de la lírica, en ese momento su voz derramó todos los caballos de su potencia y hasta ella misma se liberó. Era como si le hubieran quitado la carbonilla. Pienso que resulta gratificante para cualquier artista tomar la senda del éxito y caminar por los senderos populares, llenando auditorios, vendiendo miles de discos, que el público te pida autógrafos y que te reconozca por la calle, cosa complicado si solo paseas por el camino de la lírica. No podemos recriminarle que se haya tomado este trabajo como un “bolo”, se le nota su profesionalidad y que ha puesto mucha ilusión en este trabajo y en la interpretación de cada uno de los temas que compone el CD pone su alma y talento. No los canta en serie, se vislumbra que tras cada tema elegido para este trabajo tiene para ella una gran historia detrás. El del Auditorio de Tenerife fue uno de esos conciertos en los que la banda que le acompañaba estaba de más. Sobraba. Una banda cubana compuesta por cinco músicos, con un piano que llevaba el peso del acompañamiento, un batería, una caja de ritmos, un contrabajo y un trompeta. Y un apunte para los que les guste la prensa rosa, Ainhoa salió al escenario de traje largo y negro que cambió a medio concierto por otro largo de satén rojo. Unas extensiones de pelo que le incomodaban. No se encontró nada a gusto en el escenario, ni con la ropa y con su tipo, cosa que transmitió al público diciendo que era consecuencia de los bocadillos de nocilla que se comía. Solo voló cuando se quitó el micrófono de la boca y navegó en el mar de la lírica. Ainhoa Arteta es elegante, canta bien boleros y ópera, se expresa bien con su música y con sus palabras. Pero está más guapa sin las extensiones de pelo. Otro apunte es que su trabajo está producido por el rey midas de la música española, todo trabajo lo convierte en oro, o mejor dicho, en una joya, Javier Limón.


Foto pirata y crítica: Francisco Concepción

 
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