
Al zapatero de mi barrio le faltaba una pierna. A mi barrio también le faltaban muchas otras cosas. La zapatería estaba inundada de zapatos rotos y zapatos arreglados, también de fotos de mujeres desnudas que nunca permitieron ver el color de las paredes. Las tetas que aparecían en aquellas fotos eran grandes y aumentadas por el abombamiento que tenían las paredes consecuencia de la humedad. Era una zapatería muy pequeña, sin mostrador. El zapatero cojo siempre estaba sentado en la puerta de su desordenado negocio en su banqueta verde, con zapatos rotos en la mano intentando que renacieran. Mi barrio era grande, pero mi infancia transcurría en un entorno pequeño, alrededor de la zapatería, que olía a cuero, cola, pegamento, a patas sudadas...